sábado, 8 de febrero de 2014

Tú, él y el tren (parte 2)

Juan parecía cabreado esa mañana. Tanto él como Ojos-azules tenían heridas en ña cara ¿Se habrían peleado? Miré a la pareja con curiosidad, Juan con el ceño fruncido y cruzado de brazos y Ojos-azules con su habitual normalidad y calma.
— ¿Se puede saber qué te pasa?—preguntó Ojos-azules suspirando exasperado.
— ¿A mí? Nada—dijo Juan visiblemente molesto. Presté atención, esto se ponía interesante.
—Estás así desde ayer—suspira y se rasca la frente— ¿Es por Irene?—por su voz se notaba que estaba arriesgándose mucho con aquella pregunta- ¿Quién era Irene? ¿Eso que se notaba en la mirada de Juan eran celos? Rio sarcástico.
— ¿Por qué iba a pasarme nada por esa mujer? ¿Simplemente porque estaba desnuda y sobre ti cuando entré en la habitación?—sonreí disimuladamente, adoraba los líos de faldas y ese parecía uno de los buenos. Cada vez estaba más intrigada por esa Irene, por como hablaban de ella seguramente acabaran de conocerla, pero eso de que estuviese desnuda y sobre Ojos-azules daba mucho que pensar ¿Sería una nueva novia? ¿Una novia secreta? Ciertamente pensaba que Ojos-azules no era… de ese tipo. Apunté todo aquello en mi cuaderno y seguí escuchando. Juan hablaba como entre dientes, enfadado.
—Ya te lo expliqué y ya te lo dije. No. Es. Lo. Que. Parece—remarcó las últimas palabras. Sonaba cansado, como si ya hubiese repetido lo mismo muchas veces. 
—Que sí, que vale—Juan trató de cortar la conversación y Ojos-azules se rascó los lagrimales. Le escuché decir algo en inglés, pero no pude entenderle. Juan mantuvo la vista fija en el exterior mientras las estaciones se sucedían con rapidez. Sentí ganas de preguntar más detalles sobre aquella mujer y la relación que tenía con ellos, pero me mordí la lengua para no soltar ni una palabra. No dijeron nada más hasta que nos bajamos en Atocha, aunque vi como discutían cuando se montaron en su segundo tren.
Al día siguiente Juan parecía igual de enfadado. Fue entonces cuando escuché aquel gemido de mujer. Ojos-azules sacó su teléfono ante la sorprendida mirada de todos los presentes. No respondió al mensaje que había recibido, pero Juan no pudo evitar saltar.
—Joder ¿otro?—resopló enfadado—con ese van cuarenta y dos…
— ¿Los has contado?—Ojos-azules se rio y Juan se sonrojó.
— ¿Qué es lo que quiere?—preguntó intentando desviar la conversación.
—Cenar conmigo—se encogió de hombros como si fuera lo más normal del mundo. La voz de megafonía no me dejó escuchar la respuesta. Aunque había mejorado mis habilidades para leer los labios no pude descifrar lo que dijo Juan, aunque por cómo miró a Ojos-azules deduje que algo muy poco agradable. Llegó otro mensaje y al poco otro. Juan cada vez estaba más irritado, hasta que a la altura de Vallecas, explotó.
— ¡O le quitas el sonido a tu estúpido teléfono o me cabio de vagón!—gritó. Todo el mundo se le quedó mirando. Sabía que Juan era temperamental, y la irritación y frustración que el otro chico le provocaba a veces le había causado pasar vergüenza en el tren o en Atocha en más de una ocasión. Pero aquella vez era diferente. Aquella vez estaba realmente enfadado y triste. ¿Acaso sentía que Ojos-azules le estaba dando de lado por esa tal Irene? Me enfadé con Ojos-azules, incluso le miré con malos ojos y no aparté la vista cuando correspondió con una mirada similar. Con el paso de los meses había comenzado a sentir que ese chico y yo conectábamos y de vez en cuando me permitía esos pequeños lujos como mirarle con reproche o suspirar sonoramente para que supiera mi opinión sobre algunos asuntos.
Antes de que pudiera responder nada, llegó otro mensaje y Juan le miró con un profundo dolor en los ojos. Aquellos ojos que ahora parecían de un verde más oscuro y que eran demasiado expresivos como para dejar indiferente al frío Ojos-azules, que dibujó una expresión de terror en la cara cuando se dio cuenta de que las amenazas de Juan no se quedarían en meras palabras, no esta vez. A lo largo de la historia de mi pequeña obsesión, había podido comprobar como Juan solía amenazar a Ojos-azules cada vez que este le molestaba o le crispaba, pero casi siempre se limitaba a mirar por la ventana un par de minutos y no podía resistirse a perdonarle cuando el moreno decía su nombre con una clara y fingida pena en la voz. Tengo que decir que Ojos-azules demostró ser un gran actor. Aunque aquella vez noté que su miedo era real, no podría resistir que Juan se marchase o se enfadase de verdad con él. Le necesitaba. Y aunque no sabía de su vida más que lo que había podido averiguar en mi pequeño y absurdo juego detectivesco, era bastante seguro que Juan era la única persona importante y en quien confía del mundo. Ojos-azules era un lobo solitario y Juan podría ser como la luna llena que le mantenía cuerdo, esa fuerza que le ataba al mundo de los humanos cada vez que su mente de genio pretendía alejarle. Y aunque todo eso solo eran conclusiones mías, habría puesto mi mano en el fuego por ello.
Juan se levantó y empezó a alejarse.
— ¡Juan no! ¡Espera!—Ojos-azules le agarró del brazo. Se miraron a los ojos un segundo y Juan terminó por zafarse y cambiarse de vagón. Por suerte, la siguiente parada era Atocha y Ojos-azules salió corriendo a buscarle. No tardé ni un minuto en salir también para ver qué pasaba.
Desde mi andén pude ver como Juan se alejaba por el suyo. Tuve que avanzar un poco para no perderme nada.
— ¡JUAN!—su gritó resonó por toda la estación y sonreí al ver como Ojos-azules corría tras Juan, que se giró a mirarle justo cuando notó que estaba llegando hasta él. El tiempo pareció ralentizarse mientras Ojos-azules cogía el rostro de Juan entre sus grandes manos y hacía desaparecer la distancia entre sus labios y los del otro chico. Juan parecía sumido en un remolino de emociones e intentó romper aquel beso, pero pude ver entre las ventanas del tren que acababa de llegar como terminaba por rendirse t rodear el cuello de Ojos-azules con los brazos y, aunque bien pudo ser una impresión mía formada por las ganas que tenía de que aquello fuese real, me pareció que sonreía.
Aquel día estuve de buen humor toda la mañana. Llevaba meses sospechando lo que sentían el uno por el otro. Sobre todo desde que noté que Ojos-azules agarraba discretamente el filo del abrigo de Juan sin que se diese cuenta siempre que podía. Estaba deseando que acabasen juntos.
A la mañana siguiente, cuando Juan subió al tren, no dieron ninguna pista de lo que pudo pasar después de que se subieran al otro tren. Cuando el teléfono de Ojos-azules volvió a sonar, Juan apartó la mirada, como tratando de evitar el enfrentamiento. Ojos-azules le agarró la mano.
—Ya te he dicho que no es nada, creí que lo que te dije ayer lo había dejado claro… no estés celoso—susurró sin mirarle.
—No lo estoy—y aunque dijo eso estrechó su mano. Ojos-azules sonrió, pero no dijo nada. Sonreí alegre con esa frase. No sabía a qué se refería con “lo que te dije ayer” pero mi mente fantaseó con mil monólogos muy románticos al respecto.
Durante las siguientes semanas el único cambio que noté es que siempre iban de la mano, aunque no se miraran o se dirigieran la palabra sus manos siempre se tocaban. Me sorprendió un día que tuve que coger un tren un par de horas antes de lo normal por un examen y me encontré con Ojos-azules allí. Nos miramos como siempre y Juan no subió en su parada. La verdad es que poco pude notar porque iba demasiado dormida como para ponerme a sacar conclusiones. Ese día en Atocha se quedó esperando en el andén del tren al aeropuerto en lugar de su andén habitual.
Cuando subí al tren ojos azules estaba con la mirada perdida en el asiento vació de en frente abrazo a un estuche de violín. A su lado había varias partituras escritas a mano. ¿Tocaba el violín? ¿Había compuesto él aquellas canciones? La mirada que me dirigió aquel día fue tan triste que sentí que se me encogía el corazón al verla. Por un impulso, me acerqué y me senté a su lado. No dije nada, oficialmente éramos dos perfectos desconocidos. Subí los pies al asiento vacío frente a mí y no saqué mi cuaderno como muestra de apoyo. Desde aquel momento pasaron varios días en que aquella mirada triste no se apartó de su rostro. Un día, simplemente dejó de aparecer. En relación con esto, escuché una conversación de Juan por teléfono.
—Tienes que hacer que entre en razón…—esperó a escuchar la respuesta de su interlocutor—pero es tu hermano… sé que dijiste que te ocuparías de ello, pero no hace nada más que componer canciones tristes… tienes que decirle que está muerta… si, lo sé, me dijo que volvía a Londres unos días para arreglar unos asuntos y despejarse… de acuerdo, quedamos en el café junto a mi casa esta tarde para que me lo expliques… — ¿Irene estaba muerta? Todo en mi cabeza encajó, aquellos días en que Ojos-azules parecía sumido en la más horrible de las depresiones. Me sentí realmente mal por él, y también me sentí impotente por seguir siendo esa perfecta desconocía que no podía hacer nada para ayudar, aunque creo que por su forma de ser aunque hubiese sido su mejor amiga no habría podido hacer mucho.
Cuando Ojos-azules volvió de su viaje todo pareció volver a la normalidad. Juan y él seguían con sus casos y sus investigaciones. Durante varias semanas ambos dejaron de ir en tren y temí no volver a encontrármelos. Me relajé cuando leí que los asesores (hacía mucho que ya no les llamaban informadores) de la policía estaban en Ciudad Real con un nuevo caso.
Tras aquel caso, del que habían vuelto incluso más unidos que antes, el nombre de “Jaime” empezó a sonar más a menudo. Sin embargo, siempre era Juan quien lo decía, y Ojos-azules solía amonestarle por ello. Sabía que yo estaba escuchando y no quería que yo me enterara, aquel caso debía ser especialmente peligroso y se estaba volviendo muy celoso de su intimidad. Solo supe que Jaime era el malo de aquella película, el mismo que había envuelto a Juan en bombas muchos meses antes y que ahora estaba habiendo lo mismo con más personas. Una explosión aquí y allá, una bastante cerca de lo que descubrí que era la zona donde vivía Ojos-azules (y de la que estuvo demasiado cerca), chantajes, límites de tiempo… ni ellos ni las noticias me daban demasiadas pistas, solo sabía que se estaba poniendo cada vez más complicado hasta que ocurrió lo inevitable.
Lo leí en un periódico abandonado en un asiento cuando subí en el tren. No podía creerlo, reconocí las caras y los edificios en las fotos pero aquello tenía que ser una broma mala. Se me escapó una lágrima cuando me senté pero logré recomponerme. El Torrejón, Juan subió en el tren. Nunca me había mirado, pero aquella vez vino directamente a por mí.
—Tu—me dijo sentándose frente a mí.
— ¿Te conozco?—intenté disimular lo mejor posible.
—Sé que sí—entrecerró los ojos y me miró muy serio. Los tenía enrojecidos, había estado llorando—quiero los cuadernos que has estado escribiendo sobre nosotros.
—No sé de qué me estás hablando—me encogí de hombros.
— ¡No te pases de lista, no estoy para juegos de crías!—me sorprendió la ferocidad con la que me habló y me asusté. Saqué de mi cartera las hojas que me pedía, a pesar de lo que pueda parecer no eran demasiadas. Cuando las tuvo entre las manos y leyó las primeras líneas pareció relajarse.
—Supongo que ya te has enterado…—dijo en un tono de voz más tranquilo y triste.
—Sí, lo he leído en el periódico—no merecía la pena seguir mintiendo—se ha suicidado, todos dicen que era un fraude.
— ¿Y tú que crees?—me preguntó. Sentí la presión de lo que conllevaba aquella respuesta. Lo que dijera podría hundirle en la miseria o ayudarle a pasar por la muerte de Ojos-azules.
—Yo creo en él, no era un fraude, era brillante—me limité a ser sincera y decir en voz alta lo primero que pasó por mi mente cuando leí los motivos de su suicidio. Decían que la presión de llevar la gran mentira de ser un genio asesor de la policía había podido con él, que era el verdadero culpable de todos los casos que había resuelto. Juan sonrió de lado y me miró. No dijo nada, pero supe que agradeció mis palabras y yo agradecí poder ayudarles.
— ¿Por qué nos espiaste? Tanto tiempo escuchando y sacando conclusiones…
—Me miró—le interrumpí—una mañana me miro con esos ojos que tenía, como si supiese mis secreto y… simplemente necesitaba saber más… —sonreí al acordarme de aquel día.
—Sé cómo te sientes—los dos reímos recordándole. Juan se levantó y se despidió con un gesto de la mano, alejándose con mis notas y cambiándose de vagón. Cerré los ojos y suspiré, mi pequeña aventura había terminado de forma trágica. O eso creía yo.
Cuando escuché el portazo que daba la puerta del vagón tras Juan, sonó mi teléfono. Lo saque del bolsillo y miré la pantalla. Acababa de recibir un mensaje de un número bloqueado.
“Gracias por darle tus notas. Vigílale.
.—Ojos-azules”
Sonreí llevándome el teléfono a los labios. Cómo le había escuchado decir en alguna ocasión: The game is on.



miércoles, 5 de febrero de 2014

Tu, él y el tren

No esperaba encontrarme con la mirada de aquellos ojos azules y fríos como el hielo mirándome desde el otro lado del vagón. Aquel chico, que sería poco mayor que yo, bien vestido, con una bufanda anudada al cuello y un abrigo de paño negro, que me miraba como atravesándome, como si conociera todos y cada uno de mis secretos más oscuros. Ya estaba sentado cuando yo llegué, por lo que supuse que vendría de la estación central de Alcalá, justo la anterior a la mía y la primera de aquella línea.
Aparté la vista, sonrojada por la intensidad de aquellos ojos. Él sonrió satisfecho, pude verlo antes de intentar concentrarme en mi libro, aunque no tardé en asumir que era imposible. No me di cuenta de cuando exactamente llegó el otro chico. Retazos de su conversación llegaron a mis oídos, aplacados por el ruido del traqueteo del tren y la irritante voz de la señora que anunciaba las paradas.
— No me puedo creer que considerándolo un juego — dijo el nuevo con tono irritado. Era rubio, con los ojos verdes y ancho de hombros, se notaba que hacía ejercicio y se sentaba erguido, casi como si estuviera formando.
— Juan, por favor, no empieces con eso otra vez — respondió cansado Ojos-azules. ¿De qué estarían hablando? Mi curiosidad sin límite me obligó a prestar atención, a pesar de que eso no era lo más correcto.
—Es que no puedo llegar a entenderlo, joder—Juan respiró hondo para calmarse—acabará en desgracia, estoy seguro—no pude escuchar la respuesta por la voz de la megafonía hablando de promociones en trenes especiales. Maldije a Renfe y a todos los que tuvieron algo que ver en su invención.
Llegamos a Atocha y los tres bajamos del tren. Ellos se fueron por unas escaleras diferentes a las mías y ya no pude conocer más de su historia, aunque pude distinguir cómo seguían discutiendo en el andén frente al mío.
Me pasé el día dándole vueltas a lo que había escuchado, necesitaba saber cómo continuaba todo aquello. Por la noche, escribí sobre ellos, describí lo que había visto y oído.
Al día siguiente me aseguré de volver a coincidir con aquel moreno en el vagón. Además, procuré sentarme más cerca. De alguna forma creo que él sabía lo que estaba haciendo. De nuevo me miró con aquellos ojos que parecían saberlo todo. Apenas duró un segundo, pero pude notas aquel conocido calor en mis mejillas.
En Torrejón subió Juan y muchas cosas quedaron claras. Allí estaba la base de los Paracas, seguramente fuera a una academia militar o viniera de una familia de militares. Se sentó de nuevo junto a Ojos-azules y me dediqué a fingir que leía. Estuvieron en silencio muchas paradas, incluso me atrevería a apostar que Juan llegó a quedarse dormido.
—Ayer estuviste increíble—dijo Ojos-azules de repente.
— ¿A qué te refieres?—Juan parecía confundido, eso me indicó que era modesto y humilde.
—El caso, no lo habría logrado sin ti—vi como sonreía un poco, un gesto que me resultó entrañable.
—Espera… ¿me estás haciendo un cumplido? ¿Tu?—Juan parecía incrédulo—no fue para tanto…
—Claro que sí, no soy nada sin mi blogger—di un gritito de felicidad y ambos me miraron. Bueno, en realidad todo el vagón me miro. Deseé con todas mis fuerzas que me tragase la tierra mientras todo el mundo volvía gradualmente a lo que fuera que estuviese haciendo antes de que yo hiciese el ridículo tan horriblemente. En el fondo tampoco quise contenerme, había un blog, ¡Juan escribía un blog! Tenía que encontrarlo fuera como fuese.
Un día más, llegamos a Atocha y cada uno escogimos nuestro camino. Me pasé el día intentando encontrar el blog de Juan, pero no conseguí nada, ¿Qué esperaba? Solo tenía un nombre y una buena historia entre manos. Por la noche continué lo escrito el día anterior.
Pasaron los días de la misma forma. Cada vez conocía más detalles de la historia de Juan y Ojos-azules. Me volví más descarada, sacaba un cuaderno y hacía como que estudiaba mientras transcribía sus conversaciones. Estaba enganchada, era como una droga, como un libro más misterioso a cada página y que no puedes parar de leer. Descubrí que iban juntos a la universidad. Juan estudiaba medicina y había estudiado en un instituto militar y Ojos-azules estaba haciendo química y criminología. Tenía una mente brillante, era increíblemente inteligente y observador. Había demostrado en muchas ocasiones que podía adivinar todos los detalles de la vida de una persona solo con darle un ligero vistazo. Aquello me asustaba, ¿y si se había dado cuenta de lo que estaba haciendo? Siempre sospeché que lo sabía, pero nunca me dijo nada. Nuestro único contacto se basaba en aquella penetrante mirada que me dedicaba cuando entraba en el tren, esos segundos de mutua compresión que me hacían sentir desnuda y vulnerable ante el poder de esos intensos ojos de hielo y el juicio de aquella mente prodigiosa que había conseguido que centrar mi vida en descubrir hasta el último detalle de la vida de ese intrigante personaje y su eterno compañero de tren y blogger. Descubrí que aquellos “casos” eran investigaciones que hacían. Al principio pensé que será algún tipo de juego de detectives, pero luego empecé a reconocer algunos detalles en las noticias ¿Había descubierto yo a aquellos misteriosos asesores de la policía y de los que nadie conocía la identidad? Me sentí importante, parte de un gran secreto de Estado. También me entere de que Ojos-azules era británico pero que había pasado la mayor parte de su vida en España. Su nombre seguía siendo un gran misterio para mí, me frustraba que Juan nunca lo dijera ¿no podía ser un poco más solidario con las jóvenes cotillas como yo?
Llegó un nuevo día. Apenas habían hablado en todo el trayecto cuando Juan por fin rompió el silencio.
— ¿Es en serio?—dijo mirándole alzando una ceja.
—Sí—respondió cortante, se le notaba irritado.
—Pero cómo no puedes saberte el sistema solar, eso se aprende en primaria—seme quedaron los ojos como platos, ¿Cómo no podía saberse algo tan sencillo como eso?
—No me hace falta saber eso, mi cerebro es como un ordenador, borro la información inútil para quedarme con aquello que verdaderamente puedo usar—le miré de reojo, se había puesto muy serio.
— ¡Pero son los planetas!—entonces lo escuché. El sonido más dulce que jamás había llegado a mis oídos. Suave peo a la vez intensa, la risa de Juan te envolvía, ligera y melódica. Levanté la mirada sorprendida, aquel sonido perfecto llamó la atención de todo el vagón. Pude notar como Ojos-azules se sonrojaba levemente, aunque bien pudo ser una ilusión creada por las luces irregulares del tren.
La vida siguió como normalmente muchas mañanas más, las noticias que se relacionaban con los casos de los que hablaban cada vez eran más numerosas y mi información sobre ambos crecía exponencialmente.
Una mañana, Ojos-azules estaba sentado, como siempre, pero estaba cabizbajo, triste. Me senté en el mismo grupo de asientos en el que estaba él y saqué mi cuaderno. La mirada que normalmente me dirigía no se produjo y me preocupe ¿Qué había pasado que tuviese así a mi genio? En Torrejón, Juan subió y se sentó junto a él, justo frente a mí. Se produjo un silencio incómodo que me mantuvo en tensión.
— ¿Cómo estás?—preguntó Ojos-azules sin mirarle todavía, sus manos temblaban ligeramente.
—Bien, supongo—Juan tampoco le miraba— ¿Y tú?
—No soy yo quién me preocupa—Ojos-azules suspiró cansado.
—Pero a mí sí que me preocupas—agradecí haberme sentado más cerca porque apenas hablaban en un susurro quedo. Al mismo tiempo me sentí mal por escuchar una conversación tan personal. Sin embargo, no dejé de copiar lo que decían disimuladamente. Vi como Ojos-azules agarraba con dos dedos el borde del abrigo de Juan, gesto que seguramente el chico ni notó. Sus manos seguían temblando ligeramente y su mirada estaba clavada en algún punto indefinido del suelo. Su labio inferior también temblaba cuando hablaba y sus ojos, parcialmente tapados por su flequillo negro y despeinado, mostraron por una vez un sentimiento de incertidumbre.
—Cuando te vi allí, cubierto por aquel chaleco de bombas yo… Juan yo… siento muchísimo haberte metido en todo esto—murmuró con un deje de tristeza en la voz. Sentí como me quedaba sin respiración un segundo ¿había dicho chaleco de bombas?

—Me salvaste, eso es lo único que importa—contestó Juan restándole importancia—lo importante es que Jaime no nos mató a ninguno de los dos y ya está… si te hubiera hecho algo…—dejó la frase en el aire, dejando que la completáramos en nuestra cabeza. Ojos-azules se quedó en silencio, agarrando aun el abrigo de Juan sin que este lo supiera. Me mordí el labio, estaba jugando con unos sentimientos mucho más profundos de lo que yo podría llegar a entender. Una unión que había leído mil veces y que había visto el cientos de películas pero que no creí que existiera en la vida real. Cerré el cuaderno, mostrando así como les daba intimidad en esa pequeña relación que había formado en mi cabeza.



martes, 19 de noviembre de 2013

A mi padre...

Un pequeño poema dedicado a mi padre. Es una de esas cosas que jamás leerá y por eso subo. Un poema introspectivo que tiene más de personal y desahogo que de arte y ensueño.

Corre por mis venas
sangre negra del olvido
cruel sufrimiento
que el corazón aprieta
tiempo esperando
recuerdos de sonrisas
palabras que aun duelen
grabadas en mi piel
sentimiento de culpa
que desespera y ahoga
despierta el rencor acumulado
muere el amor hambriento
espera respeto
quien no respeta 
destroza la coherencia
de la esperanza
se aleja la hija
odiando a su padre.

jueves, 3 de octubre de 2013

Puños al aire

A veces en clase de Lengua española me vienen poemas a la cabeza, este es uno de ellos :)



Mareas de colores
gritando en la calle
niños que lloran
y mueren de hambre.
Sociedad vacía
rota y corrupta
gente que sufre
calla y escucha.
Puños al aire
de jóvenes tristes
puños al aire
de ancianos cansados
pierden derechos
por los que lucharon
quiebran los sueños
de los indignados.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Duerme y sueña

Bueno, aquí os dejo un pequeño poema inspirado, como no, en mi chica especial. Las mañanas de madrugones y las largas horas en transporte público me dan mucho tiempo para pensar, y como resultado, cada vez escribo más. Parece que la rutina a hecho que mis musas (o más bien mi musa) consiga que vuelva a escribir, algo que hace tiempo que no hago.




Duerme la niña cansada
duerme tranquila
abrazando su almohada.
La achucha y estrecha
la joven enamorada,
sonría soñando
de su fantasía es dueña.
Claroscuros secretos
en el mundo del sueño,
felicidad despierta
en la mente dormida,
distancia que se acorta
cerrando los ojos,
el corazón que palpita
en el pecho de otra.
Amor que se acerca
y es pura poesía,
todo siente la niña
cansada y dormida.

martes, 24 de septiembre de 2013

Poema en el tren.

Hoy mientras volvía en el tren de la facultad me ha venido la inspiración y he escrito un poema entre traqueteo y traqueteo. Espero que os guste.
Se lo dedico a mi querida Aran, con todo mi amor y cariño.





Canta a la mañana
tu pelo moreno.
Canta a la mañana
tu mirada tornasolada.
Canta a la mañana
su suave sonrisa.
Cantan a la mañana
tus besos de terciopelo.
Canta a la mañana
mi dulce ruiseñor dormido
sueña tranquilamente
con tu cuerpo
junto al mio.